Nuestra alimentación es rica en grasas y azúcares. A pesar de que el cuerpo humano precisa de estas sustancias, la mayoría de grasas que consumimos no son saludables y la cantidad de azúcar que ingerimos es muy superior a la que nuestro organismo necesita.
La mayoría de grasas que consumimos son grasas saturadas que nuestro organismo no tolera demasiado bien. Además, la dieta actual se caracteriza también por contener una gran cantidad de azúcares. La cantidad de azúcar que nuestro cuerpo puede admitir es limitada, y cuando se sobrepasa ese límite la insulina ingerida se convierte también en grasa.
Esta situación se produce principalmente porque, por lo general, nos alimentamos de productos y no de alimentos. Dichos productos son alimentos procesados ricos en azúcares, grasas saturadas, y “sustancias” más químicas que nutricionales.
Es importante tener en cuenta que el hecho de que nuestro cuerpo sea delgado no quiere decir que no tenga grasa. Es posible que, aún siendo delgad@, el equilibrio entre masa muscular y grasa no sea el óptimo.
¿Qué relación tiene mi porcentaje de grasa corporal con la tendinitis?
Cuando hay un exceso de grasa (insistimos en que no tiene por qué haber sobrepeso), el cuerpo nos avisa de que se están traspasando los límites y se liberan unos mensajeros inflamatorios, llamados citoquinas, que informan al cerebro de que no es necesario moverse. ¿Por qué? Al acumular grasa,nuestro cuerpo entiende que estamos ahorrando energía, así que considera que es mejor no moverse. Por lo tanto, nuestro cuerpo sigue “ahorrando energía” y continuamos acumulando grasa, siendo cada vez más difícil deshacerse de ella.
Llega un momento en que el exceso de grasa es tan extremo que nuestro cuerpo se pone en alerta. Nuestro organismo se da cuenta de que tenemos tantas reservas de grasa acumuladas que, por ejemplo, en caso de darse alguna situación peligrosa en la que debamos salir corriendo, no vamos a poder.
El cuerpo nos avisa de que ha llegado a esa situación de alerta mediante síntomas. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra “síntoma” como:
1 – Manifestación reveladora de una enfermedad.
2 – Señal o indicio de que algo está sucediendo o va a suceder.
En este caso, ambas acepciones de la palabra son válidas.
Una alteración de este tipo en nuestro organismo puede dar síntomas de muchos tipos. Si nos centramos en el nivel musculo-esquelético, algunos de los síntomas más habituales son el cansancio muscular, una menor capacidad de recuperación, y una mayor facilidad para sufrir tendinopatías.
Para evitar llegar a esta situación, o para revertirla, es imprescindible reducir el consumo de grasas no saludables que potencian el proceso inflamatorio.
Estas grasas no saludables son las grasas trans consolidadas artificialmente (margarina y bollería industrial), el ácido linólico (presente en aceites vegetales, cereales, leche, pistachos y cacahuetes) y las grasas saturadas (presentes en carnes y embutidos de mala calidad).
En cambio, hay otros tipos de grasas que pueden reducir la inflamación de nuestro organismo.
Las conocidas como “grasas buenas” son las grasas monoinsaturadas y las poliinsaturadas. Las grasas poliinsaturadas, que contienen omega-3 y omega-6, son esenciales para nuestro organismo, pero nuestro cuerpo no las produce y, por lo tanto, necesitamos obtenerlas a través de los alimentos.
Las grasas monoinsaturadas incluyen ácidos grasos omega-9. Aunque no son imprescindibles, son también una buena opción para sustituir las grasas saturadas.
Las grasas “buenas” están presentes en alimentos como el pescado azul, carne de calidad, aceite de oliva crudo, aguacate, frutos secos (almendra, avellana, piñón, nuez, nuez de macadamia, crudos o tostados) y semillas (de lino, cáñamo).